Formación y capacitación: fuentes de productividad y competitividad.
Héctor Lavoe, el gran cantante de salsa puertorriqueño, el de la voz inigualable, que llenaba el Madison Square Garden como si tratara de una plazoleta, decía que no hay nada más viejo “que un periódico de ayer”. Pues bien: parodiando a Lavoe, se puede decir que no hay nada más viejo que lo que se aprendió ayer y que se dejó ahí como si se tratara de dogma inamovible.
En el mundo contemporáneo, donde la competencia es inflexible con los sistemas tradicionales de producción, distribución, comercialización y transporte, el conocimiento se envejece todos los días y los líderes, gerentes, administradores y colaboradores, tienen la obligación de capacitarse y formarse permanentemente.
Fernando Rivero, consultor en marketing y coaching en formación, señala que este es un gran reto de las empresas y de los propios empleados, independientemente del tamaño de la organización y del sector o actividad al que se pertenezca.
•La formación aumenta la productividad de los empleados. Una persona bien formada es una persona que sabe acometer de forma profesional sus tareas, invierte menos tiempo en desarrollar sus actividades, aporta soluciones que reducen costes, aumenta la eficacia, etc.
•La formación reduce los accidentes. Los profesionales formados cometen menos errores en el desempeño de sus tareas y, por extensión, ocasionan menos accidentes laborales.
•La formación aumenta la satisfacción de los clientes. Los clientes saben detectar cuándo un empleado es un buen profesional, entrenado y formado adecuadamente. Los empleados que saben tratar correctamente a los clientes producen en éstos una satisfacción y fidelización mayores.
•La formación reduce el absentismo laboral. Los empleados formados se sienten más implicados con la empresa. Valoran la inversión que se realiza en ellos y, por tanto, se sienten más cercanos a los problemas y retos que la empresa tiene planteados. Son personas, por tanto, que no abandonan sus responsabilidades.
•La formación aumenta la adaptación de la empresa a los cambios del entorno. La formación supone un esfuerzo adicional por parte de la persona. Le exige una actitud abierta hacia el aprendizaje, el compartir experiencias, el conocer nuevas formas de hacer y plantear el trabajo día a día. Esto hace que la persona pueda adecuarse más fácilmente a los posibles cambios del entorno. En parte, por su facilidad de adaptación y, en parte, porque es capaz de anticiparse a esos posibles cambios.
•La formación aumenta la competitividad. En entornos en los que la actividad empresarial es muy “dura”, es decir, donde existe una fuerte competitividad, los aspectos técnicos y de producción tienen un estándar de calidad similar entre distintas empresas. Las personas, en esta situación, marcan claramente la diferencia. Profesionales formados son sinónimo de mejores profesionales, y ésta es una de las bazas más importantes para competir.
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